miércoles, enero 11, 2006

Murray Gell-Mann

Ha pasado por Buenos Aires recientemente Murray Gell-Mann, una de las más brillantes figuras científicas del siglo XX, que se destaca con especial énfasis en el área de la física de las partículas elementales, una rama de esta disciplina que se ocupa del estudio de las pequeñísimas y casi inimaginables partículas subatómicas. El descubrimiento del electrón por el físico inglés J. J. Thompson, en 1896, marcó el inicio de la precitada especialidad, cuyos aspectos experimentales y teóricos adquirieron, durante el siglo XX, una inusitada envergadura. Años después, el físico danés Niels Bohr (1885-1962) propuso un esquema funcional revolucionario para el átomo, basado en los entonces novísimos conceptos de la teoría de los cuantos. A partir del enfoque cuántico se explicaron en forma precisa muchas propiedades de los átomos y de sus mecanismos de interacción con la luz. En 1932 el físico inglés Chadwick descubrió el neutrón, partícula pesada y sin carga eléctrica. Junto con el protón, de igual masa que el neutrón y con carga eléctrica positiva, son los constituyentes insustituibles de todos los núcleos atómicos. Nació así la física nuclear y se consideraron partículas elementales protagónicas los pesados protones y neutrones y los muy livianos y periféricos electrones. No obstante, se produjo en las décadas siguientes una proliferación inesperada de partículas elementales. A los protones, neutrones y electrones se les agregaron no menos de un centenar de nuevas partículas, algunas de vida muy efímera, y con las mismas aspiraciones de elementalidad. En ese caótico panorama y ya en la década de 1950 irrumpe el genio precoz de M. Gell-Mann, nacido en Nueva York en 1929. Con sus trabajos sobre “la vía óctuple”, idea también iniciada en forma independiente por Yuvai Ne’eman en Israel, introdujo conceptos y criterios aptos para organizar la multitud de partículas en grupos definidos por características comunes. En esos grupos quedaron huecos que le permitieron predecir la existencia de nuevas partículas, algunas de ellas descubiertas años después en experiencias realizadas en el Laboratorio Nacional de Brookhaven. Asimismo, Gell-Mann postuló la existencia de nuevas partículas pertenecientes a un estrato aún más elemental, a las que denominó “quarks”. No existen en forma aislada, son siempre componentes de partículas más grandes tales como los protones y neutrones de los núcleos atómicos. Es interesante señalar que la palabra quark es utilizada también por James Joyce en su obra Finnegan’s Wake. La organización en grupos del conjunto de las partículas elementales y la introducción del nuevo e inferior nivel de elementalidad asociado a los quarks hicieron posible bosquejar un nuevo ordenamiento en el universo subatómico, denominado desde entonces “modelo estándar”. El rol desempeñado por Gell-Mann en esos importantes avances justifica la calificación de “superhombre de las partículas elementales” que le asignó el eminente físico americano Sheldon Glashow en su libro El encanto de la física. De ahí también que recibiera, en 1969, a los cuarenta años de edad, el Premio Nobel de Física por la “decisiva importancia” de sus trabajos. Los sistemas complejos En los primeros años de la década de 1980 comenzó sus actividades el Instituto Santa Fe, de Nuevo México, Estados Unidos, cuyo objeto es la realización de trabajos de investigación científica en un tema entonces iniciado: los sistemas complejos. Constituidos por gran número de componentes con múltiples vínculos e interacciones, se observan en los sistemas complejos comportamientos globales, del conjunto del sistema, denominados emergentes, no deducibles a partir de las características y comportamientos individuales de los componentes. Los iniciadores del instituto fueron G. Cowan, un ex director del Laboratorio Nacional de Los Alamos, y el físico Murray Gell-Mann. ¿Por qué Gell-Mann impulsó el estudio de la teoría de la complejidad? Según sus manifestaciones, siempre sintió gran atracción por los extremos conceptuales de la simplicidad y la complejidad. En el primer extremo ubica a las partículas físicas elementales y en el segundo, a los sistemas complejos artificiales y naturales, entre estos últimos, a los seres vivos con mayor nivel de organización. De ahí el título de uno de sus libros, El quark y el jaguar, en el cual expone su interés por ambos extremos. Por otra parte, es necesario decir que Gell-Mann extendió sus centros de interés y de estudio a las ciencias naturales, la historia de los lenguajes, la arqueología, el pensamiento creativo y, en general, a los temas de la evolución biológica y cultural del hombre. De más está decir que la excepcional personalidad intelectual y el nivel de los logros científicos de Gell-Mann lo hicieron merecedor al otorgamiento de los premios y medallas más importantes de los Estados Unidos, y justificaron su incorporación a las prestigiosas academias científicas americanas y a la Royal Society británica. Ejerció también la cátedra universitaria, debiendo señalarse que sus casi cuatro décadas en el Instituto Tecnológico de California culminaron con su designación de profesor emérito. Además, integró en dos oportunidades el Comité de Asesores Científicos del presidente de Estados Unidos. En síntesis, no muy frecuentemente aparecen en la historia personalidades como Murray Gell-Mann, que aúnan al altísimo mérito de sus trabajos científicos un activo interés por la promoción y el desarrollo de múltiples disciplinas y áreas culturales interrelacionadas. Por eso fue un verdadero lujo tenerlo por acá.